Veremundo era muy generoso y mientras fue monje acostumbraba a llevar comida a los peregrinos del Camino que se paraban en el hospital del monasterio. Como estos donativos estaban regulados por el monasterio, lo hacía a escondidas y tapaba la comida con su hábito. Cuando alguno de los monjes lo encontraba y se llevaba la comida, esta se transformaba en flores o leña.

Para atender a los peregrinos, el santo brotó vino de una fuente que había cerca del monasterio.
Un grupo de peregrinos había llegado en el monasterio y Veremundo los recibió. Al preguntarles de dónde venían y qué habían visto por el camino, no supieron contestar, ya que no se habían fijado en nada de lo que habían visto. Veremundo, dolido por tanta indiferencia hacia las maravillas que Dios había creado, exclamó diciendo “¡Veré mundo!”. Los peregrinos se convirtieron en molinos de viento, condenados a girar continuamente sin llegar a ningún sitio y no cambiar de punto de vista.